jueves, 16 de abril de 2015

EL BARADEI

Muhammad El-Baradei

(El Cairo, 1947) Diplomático egipcio, director general del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) desde 1997 y premio Nobel de la Paz en 2005. Muhammad El-Baradei nació en El Cairo, Egipto, el 17 de junio de 1942, en el seno de una familia acomodada de juristas eminentes, de confesión islámica.
Licenciado en derecho por la universidad cairota, en 1964 comenzó su carrera diplomática al ingresar como funcionario en el Ministerio de Asuntos Exteriores y ocupar cargos en las delegaciones de su país ante la ONU, en Nueva York y Ginebra. Alcanzó la categoría administrativa de director general adjunto. Sin menoscabo de sus funciones, obtuvo un doctorado en derecho internacional por la Universidad de Nueva York (1974), de la que fue profesor invitado.

Muhammad El-Baradei
En 1980 abandonó el servicio diplomático egipcio y se incorporó a la ONU como ejecutivo del programa educativo del Instituto para la Investigación y el Estudio. En 1984, el entonces director general, el sueco Hans Blix, lo reclutó como jefe del servicio jurídico del OIEA (1984-1993), y finalmente, con el cargo de director general adjunto para las relaciones internacionales (1993-1997), se convirtió en el segundo hombre de la organización, capacitado para intervenir en todas las negociaciones concernientes a la proliferación nuclear.
Cuando el mandato de Blix expiró y éste renunció a seguir en el cargo, la elección recayó naturalmente en El-Baradei como director general, en 1997, entonces con el patrocinio de Washington. “Es un espíritu occidental con sensibilidad hacia el tercer mundo”, declaró su antecesor, para resaltar que era el candidato ideal en un momento delicado. El descubrimiento de un programa clandestino en Iraq en 1991 había revelado los fallos del sistema de verificación y la negativa de Israel a adherirse al tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (1970) constituía un motivo de irritación creciente para los países árabe-musulmanes.
El consenso diplomático y las organizaciones ecologistas se quejaban casi ritualmente de que los inspectores actuaban con excesiva parsimonia. La Junta de Gobernadores (35 miembros), máximo órgano ejecutivo del OIEA, no adoptó su primera resolución sobre un Estado miembro hasta 1993, y lo hizo contra la República Democrática Popular de Corea, sospechosa de violar el Tratado, actualmente firmado por 187 países. Fue el principio de una creciente politización del Organismo, colocado bajo una fuerte presión mediática, que se aceleró con las crisis de Iraq, de nuevo la República Democrática Popular de Corea, y posteriormente Irán.
El-Baradei fue reelegido director general del OIEA en septiembre de 2001, mediante consenso de todos los países miembros, y sus gestiones, hasta entonces presididas por la mayor discreción, saltaron a la palestra internacional con motivo de la crisis diplomática que precedió a la invasión angloestadounidense de Iraq en marzo de 2003. Junto con Hans Blix, jefe entonces de la Comisión de las Naciones Unidas de Vigilancia, Verificación e Inspección (Unmovic) en Iraq, trató de evitar la guerra contra Sadam Hussein, alegando que los inspectores no habían hallado pruebas fehacientes de armas de destrucción masiva ni de que Iraq hubiera reactivado su programa nuclear.
No vaciló en enfrentarse a la diplomacia estadounidense, con la que siempre había mantenido excelentes relaciones, cuando el 7 de marzo de 2003, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, destruyó con muy pocas palabras la prueba principal esgrimida por los partidarios de la guerra, al demostrar que la carta sobre las compras de uranio en Níger supuestamente efectuadas por el régimen de Bagdad era una burda falsificación. Concitó la irritación de Washington, pero selló su emancipación diplomática, ya que Blix reconoció que no había sido advertido. Después de la guerra, los técnicos estadounidenses no encontraron sobre el terreno ningún indicio del supuesto programa nuclear iraquí, por lo que el director del OIEA pudo declarar, aliviado: “Nuestros informes de 2003 no han sido cuestionados en ningún punto”.
Con más de 2.000 empleados, un presupuesto de casi 200 millones de euros y “acuerdos de garantías” con 152 Estados, el OIEA, que actúa como gendarme del riesgo nuclear, se ha convertido en una formidable plataforma técnico-jurídica y de propaganda, acusada por Washington, pero también por los ecologistas y las organizaciones antinucleares, de ceguera o de complacencia. Tras el fiasco de Iraq, la campaña de la diplomacia estadounidense contra El-Baradei sembró la cizaña en el departamento de garantías, baluarte del combate contra la proliferación, pero que depende, en cuanto a los medios de investigación, de las imágenes suministradas por los satélites Ikonos fabricados por Estados Unidos.
Según el Washington Post (diciembre de 2004), la CIA interceptó teléfonos de El-Baradei con la esperanza de obtener información susceptible de perjudicar su candidatura para un tercer mandato. Pero ante la falta de un aspirante alternativo, Washington finalmente tuvo que ceder. Tras una gestión de la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, Estados Unidos aceptó que la Junta de Gobernadores lo reeligiera director general del OIEA el 13 de junio de 2005, reelección confirmada en septiembre por los 139 países miembros durante la conferencia anual. No obstante, la diplomacia estadounidense reiteró que no había cumplido con su deber de denunciar una violación del tratado de No Proliferación de Armas Nucleares por parte de Irán.

La concesión del premio Nobel de la Paz a El-Baradei y al OIEA fue bien acogida por los Gobiernos, en general, pero disparó las reticencias de las organizaciones antinucleares, que aplauden su actuación como policía contra la proliferación, pero censuran su respaldo del uso pacífico de la energía atómica.
El galardonado insistió en la defensa de la energía nuclear, mientras que Greenpeace deploró “su doble papel como gendarme y promotor”, y otras organizaciones le recriminaron “la intensa y sistemática desinformación” sobre las consecuencias del accidente de Chernobil, su empeño en favorecer la producción de electricidad a partir de reactores civiles o su promoción de algunas tecnologías que permiten el desarrollo de armas de destrucción masiva.
En Teherán, aunque sin reacción oficial, algunos portavoces de los sectores más duros del régimen declararon que el galardón era el resultado de “una actitud política dirigida contra Irán”, pero reiteraron que no cederían ante las presiones occidentales. Al otorgar el premio, en todo caso, el Comité Nobel noruego asumió explícitamente la voluntad de la comunidad internacional de no tolerar la emergencia de nuevos países dotados del arma nuclear.
El director general pidió paciencia a sus críticos, arguyendo que un concienzudo examen científico resulta imprescindible para la tarea del OIEA. Aseguró que el premio servirá para que él y su equipo sigan trabajando con ahínco en la tarea de impedir que la energía nuclear sea utilizada con fines militares, y abogó por el respeto escrupuloso de la ciencia y la investigación, más allá de las conveniencias diplomáticas o estratégicas, como garantía de imparcialidad.
El-Baradei está casado con Aida Elkachef, maestra de parvulario que ejerce en la Escuela Internacional de Viena, con la que tiene dos hijos: Laila, abogada, y Mustafá, biotecnólogo, que trabajan y residen en Londres. En junio de 2005, un portavoz del OIEA desmintió los rumores de que Aida Elkachef era iraní y que había influido en las decisiones de su marido sobre los proyectos de Teherán, pero se negó a dar más explicaciones sobre su nacionalidad. Es el segundo premio Nobel de la Paz de Egipto, después del que compartió en 1978 el presidente Anuar As-Sadat, por la reconciliación con Israel.

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