viernes, 29 de mayo de 2015

OMAR AL-MURTAD

Omar al-Murtad

Califa almohade de Marruecos y Al-Andalus nacido hacia 1210 y fallecido 1266. Su nombre completo fue Abú Hafs Omar al-Murtad ibn Ishaq ibn Yusuf ibn Abd al-Mumin. Bajo su reinado, plagado de intrigas y traiciones, se acentuó el declive del imperio almohade y el retroceso territorial, a favor de sus enemigos benimerines en Marruecos y de los cristianos en Al-Andalus.
Durante su juventud recibió una esmerada educación y sólo ocupó cargos poco importantes. En 1248 fue nombrado gobernador de Salé, cuando el califa Abu-l-Hassan Alí inició su campaña contra Tremecén. La muerte inesperada del califa en la citada campaña abrió un interrogante sobe su sucesión, y el gobernador de la capital convocó a los descendientes de Abd al-Mumin en la mezquita de al-Mansur, que eligieron a Omar al-Murtad.
El elegido, que se encontraba en Salé, recibió la noticia de manos de su hermano Abú Zayd, general de las tropas de Marruecos. La proclamación tuvo lugar en el camino entre Salé y Marruecos a finales de junio o principios de julio de 1248. Cuando llegó a la capital mandó encarcelar al caíd Abú-l-Misk y a sus allegados. Después nombró visir a su hermano Abú Zayd.
Cuando llegó al poder tuvo que hacer frente a los benimerines, que controlaban el norte de Marruecos y fueron el principal problema durante el reinado de su antecesor. En agosto de 1248 el emir benimerín Abú Yahya fue reconocido en Taza y Fez, aunque la última ciudad se rebeló y volvió a la obediencia a al-Murtad un año después; sin embargo el califa no envió ayuda a la ciudad y Abú Yahya la conquistó de manera definitiva en octubre de 1250.
Después de tres años de inacción al-Murtad organizó un ejército de almohades, árabes y cristianos para romper el asedio benimerín a Salé, en octubre de 1251. Ante la imponencia del ejército coligado, el emir Abú Yahya trató de negociar la paz, pero al-Murtad, influido por sus consejeros, declinó la oferta de paz y comenzó el ataque; los benimerines volvieron a tratar de negociar, pero esta vez pidieron al jeque de los Sufyan que intercediese ante el califa; este jeque, Ibn Yarmún, consideró la paz como firmada y mandó levantar el campo y regresar a la capital, Marruecos, pero en el regreso fueron atacados y vencidos por las tropas benimerines (14 de marzo de 1252)
Tras la derrota, al-Murtad hizo desterrar a su visir, Ibn Yunús y a sus familiares. Uno de estos familiares, llamado Alí ibn Yiddar, huyó al Sus e intentó fundar allí un principado independiente. El califa trató de impedirlo, pero sus tropas fueron de nuevo derrotadas. Ibn Yiddar aumentó su audacia cuando consiguió la alianza de los árabes Sabanat y Banu Hasan, e intentó la conquista de Tarudant dos veces consecutivas. Lo único que pudo hacer al-Murtad fue mandar ejecutar a Ibn Yunús, después de haber demostrado la connivencia con su pariente.

Por aquellas fechas al-Murtad convocó en su palacio a los árabes Jult y éstos, sin creerse culpables de nada, acudieron a Marruecos. Una vez en el palacio fueron asesinados más de sesenta y encarcelados sus principales jeques. Era la venganza de al-Murtad por la defección de los jultíes en la campaña de Alí I contra Tremecén, en la cual el califa perdió la vida.
Al poco tiempo emprendió al-Murtad una nueva campaña para tratar de reconquista Fez, pero su ejército, sin ni siquiera enfrentarse al enemigo, huyó en desbandada ante una falsa alarma de ataque benimerín, dejando en el campo sus armas, tiendas y riquezas, que cayeron en poder de Abú Yahya. Omar al-Murtad regresó humillado a Marruecos y después de este episodio decidió no iniciar nuevas campañas contra los benimerines, con los que firmó la paz, y se dedicó a gozar de la vida cortesana y a embellecer el palacio imperial de Marruecos.
En 1257 al-Murtad envió al Sus a Abú Muhammad ibn Asnay para que redujese a Ibn Yiddar, que se había hecho fuerte en Tinwanwín y pudo vencer a las tropas califales. Por otra parte, Tánger se sometió al reyezuelo de Ceuta, ante la incapacidad almohade de proteger la plaza contra los benimerines. Un año después Siyilmassa fue entregada a Abú Yahya, después de que prosperase la revuelta promovida por un ambicioso cortesano llamado al-Qitraní. Pero tras la muerte del emir benimerín (agosto de 1258), al-Qitrani volvió a la obediencia a al-Murtad, a cambio de que se le reconociese como gobernador autónomo; el califa pareció acceder, pero envió a la ciudad un destacamento cristiano para que terminase con su vida, lo cual ocurrió dos años después, tras largas intrigas.
Las hostilidades con los benimerines se reanudaron cuando el emir de Salé y Rabat, Abú Yusuf Yaqub, atacó la Tamasna y al-Murtad envió contra él un ejército, que una vez más fue derrotado a orillas del Umm Rabí, en el lugar conocido como Umm al-riylain, por causa de la defección de los árabes Banu Yabir (1261). Tampoco pudo el califa derrotar a Ibn Yiddar, a pesar del importante ejército cristiano que al-Murtad envió al Sus al mando del caíd don Lope, según las crónicas, por la indolencia y cobardía del capitán cristiano. En otoño de 1262 Marruecos sufrió el ataque del emir benimerín Abú Yusuf Yaqub. Tras un largo asedio al-Murtad compró la paz a cambio de un tributo anual en mayo de 1263.
El levantamiento del cerco de la capital fue una victoria pírrica para el califa, ya que a raíz de ella se originó la situación que lo llevó a la muerte. Abú Dabbús, que había dirigido la defensa de la ciudad, fue acusado de connivencia con los benimerines y huyó de Marruecos en noviembre de 1264, ofreciendo sus servicios a Abú Yusuf Yaqub.
Cuando al-Murtad conoció la noticia comenzó a sospechar de todos e hizo importantes destituciones; los descontentos se pasaron al bando de Abú Dabbús, que además ganó la adhesión de Hazraya y Haskura y de los mercenarios cristianos. Abú Dabbús entró sin dificultades en la desguarnecida Marruecos a finales de octubre de 1266. El califa huyó y fue capturado un mes después cerca de Urtusuf y decapitado en el camino a la capital por orden del Sayyid Abú Zayd. Fue sucedido por Abú Dabbús, que tomó el título de al-Watiq.
Omar al-Murtad llegó a ser un hombre muy culto, con una especial inclinación por la música y la literatura, siendo él mismo autor de varias obras en prosa y verso. Sin embargo fue un gobernante incapaz y sus contados éxitos en sus relaciones con los árabes traidores y los benimerines se debieron más a la intriga que a la estrategia militar o a sus aptitudes políticas.

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